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Adriano

González

León

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País portátil

la película

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EL NACIONAL  22/Enero/1979

         Las imágenes se desprendían de un telón maltrecho y ladeado, bajo el aire pleno, porque la galería del Cinelandia estaba abierta a las estrellas. Entre pantalla y bóveda celeste venían las cabalgatas, hombres valerosos que disparaban, y de pronto, los cubría todo el polvo y la soledad del mundo. Eran desusadamente duros, pero de algún modo la impresión se suavizaba por mujeres delicadas que solían abordar las diligencias o pasearse por casas espaciosas, donde ramajes y sillones y pétalos y copas y retratos auspiciaban la sombra. Era un cine de muselinas y disparos, avanzadas feroces y tiernas reuniones amparadas por los árboles. Siempre quise alguna vez participar en el secreto de ese mundo imantado, esa segunda realidad creada por un chorro de luz que salía de dos agujeros y de una pequeña habitación, donde se escondía un mago llamado operador. Espiaba con regusto los afiches colocados en el corredor. Los muchachos íbamos a ver los cuadros, esperábamos con ansiedad las funciones de enganche, y los domingos, la vespertina era un deslumbre de sonidos, caramelos y primeras miradas a novias apetecidas y distantes que habían ido a palco y después se disolvían con la noche ya entrada y los astros que comenzaban su doble presencia entre la pantalla y el cielo.

 

         Después de muchos años aquellos jinetes valerosos y aquellas mujeres exquisitas vuelven, con su polvo, su desgarramiento y su altivez a cubrirnos los ojos y a provocarnos el asombro. Vuelven, pero esta vez son las visiones que yo mismo inventé. Como no había chorro de luz ni telón ni tarjeta intransmisible, como no me pude meter nunca por detrás del pedazo de género, para ver si se continuaba ése mundo venido desde el vacío, (una zona sin dimensión profunda, superpuesta a la realidad de todos los días), como eso no estaba al alcance, entonces vinieron la escritura y los sueños y las reconstrucciones de horrores y fortunas y salió "País Portátil". Ahora los personajes han mirado otra corporeidad, se iluminan y estallan, se apagan lentamente en penumbras melodiosas o prefiguran una suerte de holocausto final donde todo el honor y el valor saltan en mil pedazos para llanto emocionado y beneplácito del espectador. Aquel viejo deseo mío de participar en la aventura celeste de los cinematógrafos, ha sido cumplido. La multiplicación de mis visiones han realizado un camino de sorprendente dignidad, de inesperada riqueza; por virtud del denuedo, la sensibilidad y el talento de Iván Feo y Antonio Llerandi. Resulta conmovedor (una experiencia casi inexpresable), cuando se ven las figuras, las situaciones y las historias o leyendas que uno ha entremezclado, recrearse por el oficio de actores, técnicos, montadores, gente de tropa, gente de producción, maquilladores y camarógrafos. Mencionar nombres —ya de sobra mencionados en anuncios y carteles— resultaría una lista espaciosa. Lo importante es consignar que nunca un filme fue construido con tanto amor, con tanta fruición por el detalle, con tantas armonías en el trabajo conjunto. Miradas, voces, parlamentos, objetos, muros, vestidos, corredores, campos abiertos, galopes, trepidaciones urbanas, es decir, todo el rumor de cien y más años de pasiones, ecos frustrantes y expectativas, se conjugan en un ritmo sin igual y un uso inmejorable del contrapunto. Lo que ocurre en País Portátil, libro, fue contado por mí a través de la memoria turbada de Andrés Barazarte y los recuerdos habidos de la memoria sobresaltada de su abuelo, quien a su vez también recuerda y mezcla en su postración la materialidad ruinosa con los familiares muertos y los duendes que vienen a escarbarle el corazón. En País Portátil, cine, el relato es ofrecido en la misma dirección y las imágenes del presente y el pasado se funden y refunden, juegan en dinámica oposición, causan un ritmo sostenido, a veces cortado adrede por largos parlamentos que ayudan a precipitar la acción y a modelar el contraste con la violencia que aflora. Muy pocos filmes han logrado como éste, sin concesiones de ninguna clase, acordar la verdad y la ficción, aproximarse a ese punto del espíritu deseado por el surrealismo, donde lo real y lo irreal dejan de ser percibidos como contradictorios. En País Portátil, libro, hay una anécdota cargada de violencia, y lirismo, se hacen referencias concretas a hechos sociales, se examina con espíritu crítico un destino. Pero es sobre todo una indagación existencial. Es la espiación de una culpa. Es el sobresalto de amores y temores de un personaje y una familia que busca desesperadamente, como el país móvil y contradictorio, la explicación de su identidad. En País Portátil, película, hasta los objetos ayudan a ese propósito. La cámara es sabia y serena para recoger la atmósferas. Precipita la poesía a ramalazos. Junta al verismo más espectacular el deslumbrador encanto de los actos de magia.

 

         Estoy contento. En los recuerdos, se abre aquella vieja pantalla cruzada por las estrellas. Los fantasmas generosos han venido, uno a uno, como en el final de la película, a ayudarnos con su entereza y su honor. Iván, Antonio, amigos míos, vámonos en ese caballo, por toda la tierra. para que la noche de los Barazarte sea una madrugada. Espérenme, no ensillen todavía: estoy escribiendo otra novela.

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País portátil

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